Hélices

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Nueve y siete.



Hacía frío  de ese que se cuela lentamente entre las prendas y llega a la piel haciéndola estremecer, aquel que te hiela y congela despacio, distante, astuto, precavido.  Pero no importaba, seguía sentado en ese banco que ya casi tenia escrito mi nombre, dejaba pasar el tiempo mientras me dedicaba a mirar el columpio que parecía tambalearse por las ráfagas de aire que de vez en cuando se atrevían a saludar; y sonreí para mí al darme cuenta que en ese momento era mucho más inestable que el propio columpio.

Mi reloj marcaba las nueve y cuatro, y aunque sabía que estarías observándome desde algún lugar perdido, también tenía la certeza  de que aparecerías exactamente dentro de 3 minutos, a las nueve y siete como todos los martes. Mis manos ya habían empezado a ponerse nerviosas, daban golpecitos en el asa del asiento y componían pequeños sonidos metálicos que al final solo conseguían marearme más.

Y apareciste, con tu abrigo largo que escondía tus rodillas, con mejillas rosadas y cabello recogido, y llegaste y te sentaste sin decir nada, a tres palmos y medio de mí. Olías bien, incluso mejor que el algodón de azúcar, que la tierra mojada o los libros nuevos que esperan impacientes a ser devorados. No dije nada, espere a que fueras tú la primera que hablaras, sabía que empezar bien una conversación era en muchos casos lo más importante, y sinceramente si alguno de los dos debía meter la pata creo que sería mejor que lo hicieras tu.

Nos miramos y volví a ver tus ojos, azules, brillantes pero tristes. No dijimos nada, me cogiste la mano y dejaste en ella una nota. Te levantaste y te alegaste hasta desaparecer por el callejón de siempre. Miré la nota pero no me atreví a abrirla, tenía una ligera idea de lo que pondría dentro de ella, me quede sentado un rato más, no sé exactamente cuánto pero estoy seguro de que el tiempo pasó más rápido que de costumbre. Tiré tu nota al suelo y caminé hacia casa, necesitaba meterme en la cama y permanecer en ella durante al menos cuatro meses, incluso tal vez cinco, o seis, o siete, quien sabe…


Charlie