Los
caramelos estaban menos dulces, más ácidos que de costumbre, o al menos a mi me
lo parecía. Yo también era más agrio, más frío y más distante.
Pensaba antes en mí
y luego en los demás, después de tantos intentos por fin empezaba a
conseguirlo. Observé mejor, más intensamente, me fijé en los detalles, busqué
los defectos, apunté las virtudes, estudié a las personas y empecé a ser algo egoísta
(o más bien inteligente).
Combatí con las preocupaciones absurdas, intenté sonreír
más, aproveché más el tiempo, viví el momento, disfruté, fui feliz. Y cuando
todo empezaba a ir sobre ruedas, un caramelo de limón taponó mi garganta y paró
mi corazón.
Que
lastima no haber cambiado de actitud mucho antes. ¿No?.
Hakuna Matata.
Charlie Soñaba con ser una hélice.